El mundo...
Esa trágica comedia silente
que ensordece con su muda ineptitud sostenida,
que amordaza y subyuga al grito,
que burla la esperanza.
El mundo, ese teatro
de representaciones exquisitamente articuladas
proclamando justicia al filo de la daga indolente,
mientras corremos tras el ensayo improvisado
de una licenciatura en arte dramático,
como protagonistas de papeles secundarios.
Y alguien aplaude mientras lanza la piedra,
y alguien conspira mientras deja caer el pañuelo,
y alguien que no entiende ríe,
alguien sordo, mudo, y ciego, está ausente en la sala,
y la palabra de alguien se queda declamando sola
su trágica comedia silente
en algún lugar existencial hostil con la luz apagada.
Las proyecciones persiguen al soñador,
el esfuerzo tropieza con dificultades infranqueables
en un capcioso y engañoso jeroglífico,
entre el enigma y la clave.
Cierra el telón akáshico,
cada espectador ha interpretado su obra.
Cierra el telón
y los egocéntricos actores se aplauden...
La búsqueda resulta más significativa que el hallazgo.