lunes, 9 de enero de 2012
El perdón...
El perdòn. Con paso confiado se acercó el hombre viendo al ave rendida, con los ojos secos y apagados, con el corazón quebrado, ciego a las consecuencias de su cautiverio. Decìa desear acariciarla entre torbellinos de emociones vanas y contradictorias, liderado por su ego enfermo, fingiendo siempre alimentarla con la sangre de su propia alma mientras la avecilla se desvanecìa junto con la esperanza de que una muestra de ternura le devolviese la esperanza y la voluntad. Asì, apenas y casi sin voz solo pudo levantar la mirada y con el corazòn decir:
Vienes y me dices que después de tanto daño me volverán a nacer alas, que podré alcanzar mi infinito. Quisiera tanto creer que tienes razón y yo estoy equivocada, porque no sé si ya estoy muerta. Tal vez este dolor sea la estela de mi estrella desvaneciéndose entre la nada, y tú sólo quieres que vuelva a ser una fantasìa que te deslumbró una vez.
Sí, quiero creer que todo lo que dices es cierto. Que tanta luz que llevé dentro no se ha extinguido aún, y que en el momento justo será rasgado este oscuro velo. Que esta prueba amarga habrà tenido un propósito: volver a ser libre en un renacer de fénix para alzar el vuelo con alas más fuertes.
Ni siquiera pides perdón por haberme sentenciado a tu hombro frio, o tu vacìo e insensible corazón. Que me das en la mirada inconsciente despuès de haber encerrado mis ilusiones y sueños en una y mil jaulas, cada una más estrecha?. Palabras dices, incoherentes con los hechos. Solo perdono, y me perdono. Me libero y no quiero llevarte conmigo. Tus jaulas oprimen. Si me quedo a tu lado me pierdo para siempre.
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